martes, 20 de marzo de 2012

La vieja cicactriz


 La primera vez que oí hablar de George Orwell fue  en el verano de 1994, cuando me  regalaron un ejemplar de 1984, no recuerdo si  con un periódico o con una revista de arte que solía comprar antes de descubrir quien la editaba

Hay veces que  eliges los libros que vas a  leer y otras veces los libros te eligen, no sabes como llegan a tus manos, no sabes por que de repente  te encuentras leyéndolos y nunca llegas a determinar como  se aferran a ti  marcándote para siempre, como una cicatriz.

Recuerdo leer aquel ejemplar de bolsillo y no parar de hacerlo, recuerdo  la sensación intranquila, la sensación  de una opresión en el pecho,  recuerdo, la sensación de miedo  
Me di cuenta de que me faltaba  la cultura suficiente para llegar a extraer el jugo de  aquella  naranja maravillosa, porque aquel libro era un amor a primera vista, un amor inmaduro, un amor que  llega demasiado pronto para entenderlo,  para disfrutarlo, para entregarse a él

Era  sin duda un libro  cuarentón y yo una niña estúpida  todavía adolescente, con tantos pájaros en la cabeza como  espinillas en la nariz. Nuestro amor era imposible por aquel entonces,  pero sé que nunca nos olvidamos el uno del otro.
 Como los  buenos libros son pacientes, me esperó

El verano pasado nos reencontramos en  la falsa de la casa del pueblo, mientras rebuscaba  entre los baúles  algún objeto menos importante que el que realmente  encontré,
Me sorprendí, al escucharle llamándome  tímidamente, sobre un viejo estante, que otrora había formado parte de algún mueble.
Estaba allí, en compañía de otros libros que como él, hibernaban a la espera de que una luna nueva de primavera los despertase.
 Al verle, dejé lo que hacía y  me senté en  un viejo jergón, entre aperos  de labranza, que dormitaban el sueño de los justos.
Sosteniéndolo en las manos, le limpié el polvo con una caricia  dorada y algodonosa, le sonreí y  abandoné el reloj de arena en el suelo de yeso mientras  lo reabría. 
  Las voces del tiempo pasado, que siempre me acechan y me cuentan cosas,  al  ver que las ignoraba  dejaron de conversar entre susurros y se sentaron silenciosas en torno a mi, mientras me miraban con curiosidad.
Y allí volvimos a amarnos lentamente,  disfrutando cada  párrafo, cada letra, cada coma,  sientiendo que esta vez , el amor ya era carne.
Al término del último punto final,  cuando sentí un escalofrío  en la base de la espalda, entendí  por qué el miedo, por que  la sensación de asfixia.
Estaba asustada, estaba  a punto de gritar
  
Más que nunca, la distopía es posible. 



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