Llueve en mi ciudad y cortinas transparentes van forrando mis cristales, las calles se vuelven grises y oscuras como una película de los años 20,
El invierno que cala los huesos se alarga demasiado y parece que ataca los rostros de mis vecinos tornando en gesto adusto y apresurado el reguero de pasos perdidos que desgranan por las aceras, borrados por la hermana agua; pareciera que hoy no es humilde ni preciosa, ni casta.
La lluvia otrora bendición, tantas veces rogada en estos desérticos rincones monegrinos es hoy un elemento molesto, nos impide navegar en sandalias por los grises recuadros de hormigón y cemento que entierran los reciuerdos del oasis sobre el que vivimos y sentarnos plácidamenete en una terraza a obervar el volar brioso de las palomas.
Llueve en mi ciudad, y las torres se recortan en un cielo gris y violento de truenos y relámpagos fugaces.
me resulta casi buñuelesco llevarme cerezas a la boca, mientras fuera el invierno puebla la primaveral mañana
Es tan triste mi ciudad cuando llueve... Con tanta hambre a sus espaldas, tantas historias, tan gris y tan quieta, que a lo mejor el invierno piensa que ha muerto bajo la tijera implacable.
Y la tristeza calmada de mi alma, que cada día se puebla más gris y más negra de rabia cuando abro los diarios, se siente como el invierno, incapaz de abandonarme para ceder el paso a la esperanza, a los días de sol y a las noches estrelladas....