A veces los días tienen un brillo especial, no es gran cosa puede ser un par de flores creciendo entre las baldosas o puede ser un pájaro que canta desafiando al vacío de la noche, puede ser una nube o simplemente un copo de nieve contra la ventana.
pero hay días en el año que despiertan con un hormigueo en la base de la espalda, cosas que uno no sabe muy bien por qué pero hacen chispear el tiempo que cae impasible en el reloj.
El 4 de febrero para mí es uno de esos días.
La característica canción de las campanas, única, alegre, que levanta el corazón hacia lo alto, cantará contra el cierzo al medio día, rompiendo como un puñal la capa de hielo del frío febrero y llenará de calor los corazones y las caras de sonrisas
En la noche helada, se encenderá una hoguera y nos reuniremos a su abrigo mientras como luciérnagas juguetonas veremos las chispas danzar en el cielo, hasta apagarse en contraste con las estrellas, que en el severo y congelado cielo ofrecen su eterna luz azul .
Por una noche la diosa Brigith saldrá de su escondite de siglos de silencio, y bailará entre los leños ardientes, envuelta en el humo se llevará la plegaria silenciosa hasta más allá del tiempo y soñaremos con una primavera que todo lo volverá limpio y vivo y nuevo.
El pueblo tendrá el olor de madera quemada , ese olor que yo llamo a Santa Águeda, que impregnará hasta sus cimientos perfumando de magia el aire y una mano invisible, que parece salir de las entrañas de la vida y de la muerte nos conectará con las voces del tiempo pasado, aquellas voces que en días como hoy regresan para jugar con nuestros sentimientos.
Aquellos que una vez fueron Bardallur y que hoy solo son memoria, aquellos que como nosotros observaron derretirse el corazón frente a un montón de madera ardiendo.
Madera que arde y que a su vez nos conecta con nuestra raíces, con nuestra identidad, con nosotros mismos.Hay días que brillan como una antorcha en la noche.
Aunque una no pueda explicarlos del todo.