La rosada de las mañanas de enero se vuelve de azúcar con un sempiterno viento que viene besando cumbres nevadas para alborotar como la respiración el molido dulce sobre el que se escarchan las frutas y los corazones de la vieja monegrina. Saben a nata y a chocolate caliente, a moscatel y bizcocho, a vendavales con besos de nieve, al Padre Ebro que fluye orgulloso e inmenso observando el tímido sol que se acerca desde su propia muerte, en ese sueño perdido al que se dirige sin pausa
Las mañanas de finales de enero se desperezan frías y comienza a oirse en la lejanía el ronco redoble de los tambores como banda sonora del corazón que sueña con noches de Pasión y mañanas de gloria. Una vez más Zaragoza bosteza llenando de dulce la amargura estepárea con gentes que van y vienen cargadas de cajas llenas de tradición y de sentimiento, la monegrina sin saber por qué sonríe
Su Valero, su patrón, su corazón, late una vez por año, en la intimidad de su fiesta. La vieja señora condenada por un dios loco a la maldición de ser eternamente joven se siente revirvir, recordando a su viejo obispo tartamudo, le recuerda en su brazo, como si todavía pudiera abrazarla, en aquella infancia en la que hablaba latín, le recuerda en el rostro de aquel Papa loco que la llenó de belleza y de azulejos que la hacían resplandecer.
Se detiene a lanzar un suspiro ante su silueta fantasmagórica que le, regalaron las manos de aquel escultor de Crivillén quien ella sabe; también la amó a su manera.
No puede evitar sentirse sobrecogida por esa figura que se levanta como un protector y un ser sobrenatural, guerrero, guardián del alma inconquistable de quien ha librado mil batallas y de quien se ha levantado mil una, el alma de alguien por quien se ha luchado por quien se ha muerto... el alma en donde se han enterrado corazones que la quisieron con locura
Suspira con el suspiro antiguo de quien ha amado mucho pero que no ha sabido amar, la niña anciana mira a su guardián y solloza
¡Ay mi Valero! cuanto y que mal nos hemos querido.
Y cuando el viento le renueve las faldas y le regala el olor que exalan los obradores... ella se sienta a comer tranquila su roscón y siente que de todas sus fiestas esta sin duda es la más suya, la más personal, la más dulce de todas.
Y sueña mientras mira el ir y venir de sus hijos, con que el roscón le traiga nuevas sorpresas, si son otros dos mil años... no le importará pagar el precio
Queeee chulo!!
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