A la luz de un fuego, un Homo Sapiens se puso en pié y quizá para entretener en las largas veladas invernales al resto de sus hermanos comenzó a recordar las últimas cacerías y los últimos festejos de la tribu, mientras los dibujaba en la pared, el primer contador de historias de la humanidad, empezó a ser indispensable para su tribu, pues conocía y atesoraba el pasado: De él podían aprender de las viejas cacerías para no cometer errores, para impedir que más guerreros caminaran por el mundo de los espíritus. Guardaba en sus dibujos y en su memoria, los caminos de las migraciones y podía remontarse hasta el primer hombre que habitó la caverna
Cuando él murió otros siguieron contando las historias, daba igual el tiempo que pasara, porque las historias eran similares, cazas heróicas, grandes festejos, hazañas de guerreros que quedaron plasmadas para siempre en los muros de la caverna. Aquellos primeros hombres solo tenían que mirar las paredes para recordar quienes eran y quienes podían llegar a ser.
A la luz de un fuego cualquiera, hace miles de años, nacimos los contadores de historias, a día de hoy nos llaman historiadores,
Pero cuando yo he de explicar a un niño o a un niño ya adulto alguna cosa, todavía me veo como una contadora de historias, ante una aburrida y somnolienta audiencia, que no quiere escuchar.
Quizá me siento como como aquel primer humano que para entretener a su tribu empezó a contar historias sin parar y a atesorar cada recuerdo; sabedor de que las historias que contaba, como algo ya pasado, volverían irremediablemente a repetirse
Y esque tropezar con la misma piedra está grabado a fuego en los destinos de nuestra especie
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