miércoles, 4 de julio de 2012

Arcenes

Caminante no hay camino
se hace camino al andar
A. Machado

Siempre me  fijo en las personas que andan por los arcenes de la carretera.
Da igual  la carretera, o el viaje, no hay ruta en la que el monstruo de hierro y gasoleo  en el que  me traslado se tope con uno de estos seres.
A veces el caminante tiene forma de dos señoras en chandal con una gorra que caminan a paso ligero, si la carretera es comarcal  no es difícil adivinar una  quedada matutina  para andar  por prescripción médica
A veces las señoras son un señor con pantalón de loneta, pero lleva también gorra y una camisa a rayas, suele en ocasiones empujar una bici,  pero no piensa correr el Tour, porque el bidón  que seguramente no lleva Aquarius, sobresale travieso con forma de botella,  entre una azada y una bolsa con verduras que lleva en una caja sujeta mediante lizas en  la parte trasera, obteniendo así mayor utilidad que cualquiera de los complementos ciclistas  de Decatlhon
Otras veces  el señor, se convierte en un chico o chica joven con mochila y un bastón de peregrino,  está claro que va a Compostela siguiendo uno de los cientos de caminos de estrellas que cruzan nuestra geografía y que señalizan vistosas flechas amarillas, a veces este chico se multiplica y son  varios, a veces rejuvenece y son niños comandados por un monitor,  en ocasiones son un grupo de amigos adolescentes, que todavía ignorantes de los mecanismos de los monstruos de metal, gasóleo y humo  dirijen sus pasos hacia el pueblo de al lado, quizá les espera una chica guapa, quizá son fiestas o quizá un simple paseo en libertad una tarde veraniega.

Me entristece cuando el caminante  lleva un hatillo y tiene la piel de algún color no autóctono,  pareciera que  la tierra prometida le ha tirado por la borda de la patera los sueños y las ilusiones, que no había promesa de nada que  el mundo mejor donde quería llegar, no era más que un suspiro y que el suspiro va al aire y que el aire todo lo arrasta.

Si se cirula de noche el caminante se convierte en un reflejo fugaz y sin rostro de los reflectantes  un segundo en el vacío nocturno donde se vislumbra una silueta humana y una especie de mojón extraño en el retrovisor.

Me gustaría  poder parar en la cuneta y hablar con los caminantes, preguntarles a donde se dirigen si es que lo saben, que es lo que buscan  osando  invadir el tránsito acelerado de las ruedas, de los que  avanzamos por la  prisa y  el asfalto dejando atrás paisajes, sin conocerlos siquiera.
Me gustaría poder caminar un trecho con ellos y conquistar los caminos como debe hacerse sin más velocidad que la de mis piernas, sin más  aire que el de la suela de mis zapatos, sin más gasolina que la de mis fuerzas.
 Pero nunca me atrevo y mi máquina  se aleja  dejándolos siempre atrás con su camino, con sus pasos llenos de interrogantes, llenos de sueños, llenos de historias que  nunca conoceré y por eso he de imaginarlas. Estos seres  se hacen pequeños en mi espejo y desaparacen como si fuesen un espectro, una visión.

A veces  creo que la leyenda tiene razón y la chica de la curva existe, España está llena de ellas.


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