Cuando sintió las paredes temblar se dió cuenta que aquella vez era definitiva, ese portazo era el final de todo, el reloj de la vida había dado su última campanada, para él ya no quedaba esperanza alguna. Todo estaba consumado, la vida le abandonaba y supo que en el momento en el que dejara de escuchar sus pasos por el camino que llevaba a la ciudad, dejaría de ser pueblo para convertirse en un vacío cadáver de piedra
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